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8 de agosto de 2025

"Vivir para trabajar" cuando el pluriempleo deja de ser elección y se convierte en condena : Por Soledad Alonso

Salir de un trabajo corriendo para llegar al otro. Comer algo rápido entre viajes, dormir pocas horas y repetir. No hablo de una escena ocasional, sino de una realidad cada vez más extendida: la del pluriempleo como única estrategia de supervivencia. Porque trabajar más ya no significa crecer, sino apenas intentar no caer.

Según datos del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPYPP), más de 2,4 millones de argentinos tienen más de un empleo. Algunos trabajan hasta 17 horas por día, otros superan las 45 horas semanales. Y aun así, no pueden cubrir una canasta básica. No descansan. No proyectan. Viven para trabajar, pero no logran trabajar para vivir.

La pandemia marcó un punto de quiebre. Y la política económica actual –basada en ajustes brutales y desregulación– hizo el resto. El pluriempleo dejó de ser excepción para convertirse en síntoma. ¿Pero de qué? De la precarización, informalidad, caída del poder adquisitivo. De un modelo que no funciona para quienes trabajan, pero sí para quienes acumulan.

Detrás de esta realidad hay algo más profundo: un cambio en cómo pensamos el trabajo. Antes se aspiraba a un empleo en blanco y estable. Hoy se impone el discurso del “emprendé”, “reinventate”, “hacé tu propio camino”. Pero ese camino, en la mayoría de los casos, es inestable, solitario y mal pago. Se romantiza el emprendedurismo, mientras se desmantela la idea del trabajo digno.

La legislación laboral no se adaptó a realidades como el trabajo por plataformas, el freelancismo forzado o la fragmentación que impide acumular derechos. El presente es duro, y el futuro –si no actuamos– puede ser peor.

El pluriempleo, tal como se vive hoy, no es sinónimo de progreso. Es sinónimo de agotamiento, ansiedad y soledad. Refleja un sistema que naturaliza el sacrificio para apenas subsistir.

Por eso, urge preguntarnos: ¿qué tipo de empleo queremos? ¿Qué condiciones laborales consideramos aceptables? ¿Qué futuro les espera a las nuevas generaciones si trabajar de sol a sol apenas alcanza para pagar lo básico?

No falta trabajo. Falta trabajo con derechos, que dignifique y permita vivir. Y esa responsabilidad no es individual. Es colectiva. Es política.

La salida no es normalizar jornadas infinitas ni glorificar el cansancio, sino recuperar el sentido del trabajo como herramienta de inclusión, autonomía y desarrollo.

Es fundamental que pensemos y debatamos qué se espera del trabajo. Porque sí: el trabajo dignifica. Pero no cualquier trabajo. Estos, los que destruyen salud, tiempo y vínculos, no te dignifican. Te desgastan. Te expulsan. Y eso no puede ser naturalizado.

Mientras tanto, la pregunta persiste, incómoda pero urgente: ¿Cuánto más se puede vivir para trabajar, sin que el trabajo se lleve por delante la vida?

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